No sabía cómo empezar

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De pronto estaba ahí. Eran como las cinco y diez o algo así y todo lo que había pensado en el camino se desvaneció. Eras chaparrita, blanca, de cabello largo. Vestías comodamente y te gustaba fumar mientras esperaba. Usabas tenis. Así era más o menos como te imaginaba quince minutos antes y quince minutos antes de eso pensaba en mi gran defecto: ser impuntual. Al menos no fué tan mala esa espera extra de 30 minutos. Tuve tiempo para reacomodarte en mi mente, tal vez cambiarte los tenis por huaraches y el pants por falda, pero no, así estabas bien. Tenías la comodidad, la carita y la actitud que buscaba en una amiga. Creo que eso era lo que buscaba en realidad.

No sé que estaba pensando el día que te invité a salir. Realmente no lo pensé, sólo quería conocerte y pasarla bien, no me malinterpretes, no es esa clase de "pasarla bien". Pero ahí estaba preguntandote que tenías que hacer el jueves, que cine te quedaba mejor, y tú, dándome tus cinco mil teléfonos y las diez mil instrucciones para llegar al cine de tu rumbo. Las cuatro y media estaba bien, era una buena hora para conocer a alguien. Para hacer una amiga.

Y ahí estaba, el letrero del centro comercial y ese ruidito que hace el camión al detenerse. Tenía las manos sudorosas y ya iba a llover. Entonces caminé por el estacionamiento mientras todo se iba borrando en mi mente y el viento que levantaba basura, polvo y tierra no me dejaba ver. Entonces llegué y estabas ahí. Una nueva imagen de ti, la imagen que permanece hasta hoy en mis recuerdos. Ya no estaba el sudor ni los nervios pero no sabía cómo empezar. Ya no buscaba una amiga.

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